Voluntarios

Los sospechosos habían contestado a un anuncio del periódico local que pedía voluntarios para un estudio de los efectos psicológicos de la vida en la cárcel. Queríamos ver cuáles eran los efectos psicológicos de convertirse en un preso o carcelero. Para ello decidimos construir una cárcel y después observar los efectos de esta institución sobre el comportamiento de todo aquel que estuviera entre sus paredes.

Más de setenta solicitantes respondieron a nuestro anuncio. Les hicimos entrevistas de diagnóstico y pruebas de personalidad para eliminar candidatos con problemas psicológicos, discapacidades médicas o un historial delictivo o de abuso de drogas. Finalmente, nos quedamos con una muestra de veinticuatro estudiantes universitarios de Estados Unidos y Canadá que se encontraban en el área de Stanford y querían ganar quince dólares diarios participando en un estudio. En todos los aspectos que pudimos probar u observar reaccionaron de una forma normal.

Nuestro estudio de la vida en la cárcel empezó, pues, con un grupo medio de hombres saludables, inteligentes y de clase media. Se dividió a estos chicos en dos grupos, arbitrariamente, lanzando una moneda al aire. Se asignó aleatoriamente a la mitad de ellos el papel de guardas, y a la otra mitad, el de reclusos. Es importante recordar que al principio de nuestro experimento no había diferencias entre los chicos asignados como reclusos y los chicos asignados como guardas.


Estructuración del experimento

Para ayudarnos a simular un ambiente carcelario requerimos los servicios de consultores expertos. El consultor principal fue un antiguo recluso que había pasado casi diecisiete años tras los barrotes. Este consultor hizo que nos diésemos cuenta de lo que significaba ser un preso. Anteriormente, durante un curso de verano sobre la psicología del encarcelamiento que impartimos conjuntamente en Stanford, también nos había presentado a varios exconvictos y a funcionarios de prisiones.

Nuestra cárcel se construyó cubriendo con placas cada extremo del pasillo en el sótano del edificio del Departamento de Psicología de Stanford. Este pasillo fue "el patio", el único espacio exterior donde los reclusos tenían permiso para caminar, comer o hacer ejercicio, excepto para ir al lavabo situado en el vestíbulo (los reclusos iban allí con los ojos tapados para que no supieran la salida de la cárcel).

Para crear las celdas de la cárcel, quitamos las puertas de algunos laboratorios y las sustituimos por otras hechas especialmente con barras de acero; luego las numeramos.


En un extremo del pasillo había una pequeña apertura a través de la cual podríamos grabar el sonido y la imagen de lo que pasara en la cárcel. En el lado opuesto a las celdas, había un pequeño cuarto ropero que se convirtió en "el agujero" o celda de aislamiento. Era oscura y muy reducida, de unos 60 cm de ancho y de profundidad, pero lo bastante alta como para que un "recluso malo" pudiese estar de pie.

Un sistema intercomunicador nos permitía intervenir las celdas secretamente para controlar de qué hablaban los reclusos y para hacerles anuncios públicos. No había ventanas o relojes que permitiesen juzgar el paso del tiempo, circunstancia que más tarde provocaría algunas experiencias de distorsión del tiempo.

Con todas estas instalaciones, nuestra cárcel estaba preparada para recibir a los primeros reclusos, que esperaban en las celdas de detención del Departamento de Policía de Palo Alto.


DEBATE:
¿Cuáles son los efectos de vivir en un entorno sin relojes, sin ver el mundo exterior y con una estimulación sensorial mínima?